miércoles, 14 de noviembre de 2007

Camino a la Eternidad

Todos jugábamos en la guarida del rey. El rey por intermedio de una flauta traversa o transversal, nos invitaba a la eternidad. Pero nosotros no fuimos capaces de creer en eso, un poco porque habíamos ido con los prejuicios de nuestras madres, y otro poco porque ya nos sentíamos eternos, de manera que no necesitábamos invitación alguna. Aunque claro, siempre es mejor tener un conocido de renombre, "acá no entra cualquiera" nos habían dicho, y algo de razón había. Finalmente yo me separé del resto de mis compañeros, y le estreché mi confianza al rey. El rey me sonrió irónicamente, y ahí entendí todo. No había eternidad. "Hijo, tu eres tu propia eternidad", me dijo. Yo afirmé con la cabeza pero en realidad no había entendido un carajo.
En eso, el rey hizo sonar su Flauta y una manada de simpáticos pájaros acudieron a su encuentro. Hicieron algunas piruetas, y todo fue mejor. El baile había comenzado nuevamente. Mis antepasados corrieron a recibirme, y yo los abracé. El viejo cacique, con su botella de Agua Mineral, me hizo algo parecido a una bendición. Pero claro, esto no es un cuento de hadas, donde todos bailamos canciones de Catunga, felices y dichosos. No, esta era la realidad misma, y esto era recién el comienzo. Nos sentamos todos frente a un pastel de Papa y zapallo. La orquesta tocó algo que parecía ser un ritmo folclórico, digo esto porque un ángel se puso a zapatear, arrancando los aplausos de toda la multitud. Yo sentía que todos los que me rodeaban habían sido hechos para mí, pero al mismo tiempo tenía totalmente claro que no, que no era así. Nadie más que yo para complacer mis deseos. Eso era lo que pensaba pero en eso llegó la fuerza del orden. Todos corrieron, pero no porque se estuvieran escapando, sino porque en estas ocasiones siempre se corre, nadie va a ningún puto lado, corren al rededor de la mesa, chocándose unos con otros, y apurando al que no corre. Los policías empezaron a disparar, definitivamente querían acabar con todo. Y lo lograron. No quedó nada. Solo quedamos nosotros, porque éramos eternos.
Reinaba la paz nuevamente.
Nos levantamos temprano, para armar los nuevos materiales. La eternidad tiene sus sacrificios, pensé con disgusto mientras intentaba amasar un pedazo de vidrio. Era la hora del desayuno y estábamos fabricando las tazas... pero en eso, divisé una chica. Una piba de mi edad, bueno, todos teníamos la misma edad, que era la edad X, la edad eterna. La escuché hablar, y de forma totalmente espontánea me puse a cantar. Me escuché cantar con la dulzura que nunca había tenido, y logré que ella se me arrimara. Le canté al oído, y la acaricié. Nos besamos con dulzura, e hicimos el amor. Yo sabía que ella era mi chica, y que yo era su chico. Le ofrecí casamiento, y aceptó. Fuimos a ver al rey, para decirle que queríamos casarnos... pero el se negó. "Aquí no pueden casarse, porque no hay muerte que pueda separarlos". Nos abrazamos, y cantamos a coro. “seamos amigos, Seamos Hermanos! Seamos amigos, seamos hermanos!”. Con disgusto notamos como todos los demás se nos unieron. Fuimos caminando de la mano a terminar de armar las tazas para el desayuno. Ya la manada de pájaros había saludado al rey, y todo marchaba muy tranquilo. Yo le dije a mi compañera, ahora que tengo compañía ¿para qué quiero la eternidad? Pero ella no tenía ganas de ponerse a pensar, y no me contestó. Nos quedamos en silencio. Ese silencio fue interrumpido parcialmente por un grupo de murguistas que comenzó a proporcionarnos un espectáculo de dudoso buen gusto. Si bien ya no reinaba el silencio, nosotros seguíamos en silencio (esto explica el porqué de una interrupción parcial y no total del silencio, según la legislación vigente desde el 1 de julio de algún año. No cabía duda que todo era épico, pero insoportable. Quiero decir, la eternidad hacía inexacto al tiempo, y eso no estaba bueno. Los ángeles estaban llenos de vida, realmente lo estaban, pero no la contagiaban. Ellos eran ellos, por ellos, para ellos, y contra nosotros. “Algún día vas a ser ángel” me dijo alguien ¿pero yo para qué quería ser Ángel? El único ángel con onda que había conocido era Labruna, y no era inmortal... pero sin embargo era eterno. Todos hablaban de Labruna. Cuando Víctor Hugo relata algún partido de River y repasa las estadísticas siempre dice “¿saben quien es el máximo goleador de este partido?” y ahí aparece Labruna, salvo en el partido con Independiente que ahí el goleador es Erico, Labruna está siempre. El tipo es eterno, y no necesitó vivir para siempre. Empiezo a pensar que tenía razón el resto de mis compañeros, y yo mismo antes de cambiar de opinión, esto de la eternidad es una estupidez. El rey tenía razón con lo que me dijo. Yo era mi propia eternidad. Ya había tomado mi decisión. Quería casarme, quería tener familia, quería creer otra vez en la incertidumbre, quería progresar, quería fracasar, quería ser eterno, quería ser mortal.

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